Cuanto más intensa es una relación, más difícil resulta acabarla. Rafael Nadal ha tejido algo más que una historia de amor con París, un idilio que comenzó en 2005 y que el español se niega a dar por terminado pese a los síntomas que invitan a pensar que no tiene más recorrido.
Eliminado en el torneo de dobles junto a Carlos Alcaraz en cuartos de final de los Juegos Olímpicos, en la que puede ser la última vez que pise como jugador la tierra batida francesa, dos días después de haber bordeado la humillación a manos de Novak Djokovic en el individual, Nadal ha dejado caer que su despedida está cerca, aunque a sus 38 años se niega a pronunciar la palabra adiós.
El español se limitó a avanzar al centro de la pista, a levantar los brazos y mover una mano en forma de adiós y a abandonar el estadio con un golpe de Alcaraz en un hombro, una palmada que pareció significar algo más que un simple gesto amistoso.