Tamaulipas

El mortal vicio de las drogas

Observar desde el exterior la acelerada expansión de las drogas ya se normalizó; nos convertirnos en seres indolentes cuando pasan frente a nosotros aquellos que están hundidos en este mortal vicio.

Día a día miles y miles de niños y jóvenes prueban algún tipo de estupefaciente, en el mejor de los casos lo hacen solamente una vez, pero en el peor de los escenarios las drogas los acorralan en un callejón sin salida.

Piensan que tienen el control, pero sin darse cuenta la situación los ahoga en un mar de desgracias; solos no pueden salir, aunque lo intenten, aunque ese sea su deseo; necesitan ayuda, pero pedirla y aceptarlo, es lo más complejo de la historia.

Alessandra Hernández Murga, fue la sobrina favorita de quien escribe; la vi nacer y crecer a la par de mi hija. Siempre pensé que irían juntas a la universidad, y mientras las veía desarrollarse la imaginaba de la mano construyendo sueños.

Pero de la noche a la mañana aquella niña risueña, se perdió frente a los ojos de la familia. Nadie entendíamos lo que pasaba y peor aún, a muy pocos les interesó y preocupó la vida y el futuro de una de las integrantes más pequeñas.

Dicen por ahí que el mundo no se detiene para que tú te reconstruyas, todos siguen su camino sin mirar atrás. Algunos apresuran el paso para que no los alcances, y escasos son aquellos que se frenan para escucharte y ayudarte.

Alessandra cayó en lo más profundo de las drogas; la obscuridad empañó sus días y volver a ver la luz le costó años de una lucha constante donde su peor enemigo era ella misma. Ni siete heridas en el cuello y un balazo en el pecho, la frenaban.

“Yo comencé a drogarme a los 15 años con un cigarro de marihuana. Después de ahí en fiestas consumí la cocaína y después probé el cristal, el chemo, los ácidos. Toda sustancia que a alterara mi estado de ánimo, me gustaba”.

“Al principio yo consideraba que eran las malas amistades, pero ya después de cierto tiempo me di cuenta que también era un problema que yo traía cargando desde la infancia, cosas que no habían sanado, heridas que todavía estaban ahí, no físicas, pero si emocionales”.

“Tuve que cruzar por cuatro centros de rehabilitación desde los 16 años. Debido a las malas compañías tuve un impacto de bala y siete degolladas en mi cuerpo y gracias a Dios quedé viva, en ese momento había una necesidad en mí de cambiar, pero no podía, mi consumo era muchísimo más fuerte que mis ganas de tener una vida diferente”.

La muerte de su papá y su abuela pudieron marcar un precedente para que la vida de Alessandra cambiará, pero las ganas de drogarse y estar todo el tiempo vagando en la calle, ganaron la partida en un sin número de intentos.

“Llevaba un dolor tan grande en mi corazón, que ya no podía. Yo sentía en esos momentos que iba a terminar drogada, siempre pensaba que iba a terminar muerta por el consumo de sustancias, siempre ese fue mi pensamiento”.

Su nivel de consumo era tan excesivo que dejó de importarle las consecuencias de sus actos. Cambio varias veces de lugar de residencia, de ciudad, incluso de Estado, pero a cada sitio donde llegaba, el vicio y las compañías terminaban arrastrándola.

Llego al punto en el que su propia madre decidió no saber más de ella. Si, la mujer que le dio la vida y durante años busco la salida para la menor de sus hijas, se había rendido, simplemente las fuerzas acabaron.

“Me dijo ya no quiero saber nada de ti, has lo que tú quieras, si te quieres morir muérete, si te quieres dejar de drogar, déjate de drogar, pero yo ya no quiero saber de ti porque solamente me das muchas preocupaciones”.

“Y yo como toda persona drogadicta me conmisere, decía nadie me quiere, nadie me apoya mejor me voy a seguir drogando, y así continué debajo de un río hasta altas horas de la madrugada, no me bañaba, vendí la moto que mi mamá me regaló vendía mi ropa, vendía todo para seguir drogandome”.

Pasó de los mejores anexos, a aquellos lugares represivos-correctivos donde las ratas y la comida casi echada a perder eran parte del sistema. Hospitales y cárceles también fueron la constante en la vida de mi sobrina.

“Cuando salí del penúltimo anexo, me di cuenta como perdía todo, como mi familia me veía con tristeza, como ni siquiera podía verme al espejo porque no me gustaba lo que veía, estaba completamente deteriorada, mi cuerpo, mi cara y mis ojos siempre perdidos”.

“Yo le pedí a Dios que me ayudara a salir de esta situación, porque yo ya no quería estar anexada, a mí me daba mucho miedo estar encerrada, pero ya después me di cuenta que me hice carne de anexo ya no podía salir de ese círculo, porque mi vida era tan mala por todas las decisiones que tomé”.

“Yo no podía ver a mi sobrina, me daba vergüenza ver a mi hermano, a mi abuela, no podía ni siquiera verlos a los ojos, mi mamá seguía sin creer en mí, no me hablaba, yo llegaba al lugar donde ella estaba y prefería irse de la ciudad con tal de no estar cerca de mí, porque yo la dañaba demasiado”.

A punto de aceptar que ese sería su destino y que el final pronto llegaría por un “pason” o un balazo, una mañana mientras tomaba café con su abuelo pidió nuevamente ayuda, esta vez serían sus tías quienes emprendieron junto a ella la última lucha, de la que por fin salió victoriosa.

Llego al anexo correcto, o quizá era momento preciso para que su mente, sus ganas y la decisión de salir adelante la llevaran a alcanzar el triunfo que espero durante los largos seis años en el mortal vicio de las drogas.

Hoy tiene un anexo en su lugar de origen, El Mante, Tamaulipas, en donde ayuda a mujeres que como ella viven sumergidas en el consumo de estupefacientes. Tiene un emprendimiento de ropa, y un novio que habla el mismo idioma que ella, y con quien se apoya para llevar a cabo el activismo en pro de los adictos.

“Tuve que pasar un proceso muy largo, después de un tiempo decidí quedarme en esa agrupación porque quería una vida diferente y ya llegó el punto en el que pues se llegó el momento de salir, de enfrentarme a la vida, estar afuera nuevamente”.

“Tengo un año y cuatro meses, sin drogarme, soy la encargada de un grupo de mujeres aquí en Ciudad Mante, ahorita tengo seis mujeres a mi cargo. Mi familia ya me ve a los ojos, sin sentir vergüenza, puedo convivir nuevamente con ellos”.

“Puedo ver crecer a mis sobrinas, algo que cuando yo estaba anexada me reprochaba mucho, el por qué no podía estar con ellas, el por qué no pude verlas crecer, porque mi hermano iba a ser papá nuevamente y yo no podía estar a su lado”:

“Yo me sentía muy mal porque todos me veían con lástima y el día de hoy que su mirada y su semblante han cambiado, me siento muy feliz, ha sido un camino largo porque han sido muchas recaídas, pero al final de cuentas todo está valiendo la pena”.

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