A lo largo de la historia, diversas culturas han desarrollado rituales para honrar a los muertos y ofrecer consuelo a quienes sufren una pérdida. Una de las tradiciones más singulares es la fotografía postmortem, que floreció en el siglo XIX. En una época en que la muerte era frecuente y la fotografía comenzaba a surgir como una nueva tecnología, estas imágenes ofrecían una forma única de recordar a los seres queridos tras su fallecimiento.
Lejos de considerarse macabra, la fotografía postmortem era una práctica habitual que permitía a las familias conservar un último recuerdo tangible de sus seres queridos. Muchos creían que las cámaras podían capturar el alma de una persona, lo que hacía que algunos evitaran ser fotografiados.
En algunos lugares, este tipo de fotografía todavía se lleva a cabo como parte de los rituales funerarios, manteniendo viva una tradición que sigue brindando consuelo a quienes buscan una última imagen de sus seres amados.
Orígenes y significado cultural
La fotografía postmortem surgió en la década de 1840, coincidiendo con los inicios de la fotografía. Con el daguerrotipo, era posible capturar el último momento de un ser querido fallecido, lo que era particularmente valioso en una época de alta mortalidad infantil, cuando muchas familias no tenían retratos de sus seres queridos vivos. Estos retratos se consideraban una expresión de amor y duelo, con familias enteras posando junto al difunto en escenas que evocaban paz y eternidad.
En la Inglaterra victoriana, la práctica se popularizó, y muchos encargaban retratos postmortem como parte de su proceso de luto. Estas imágenes a menudo se guardaban en álbumes familiares o se exhibían junto a otras fotografías, intentando mantener viva la memoria del fallecido.
Creencias sobre el alma y la fotografía
La creencia de que la fotografía podía capturar algo más que una imagen era común. Honoré de Balzac, por ejemplo, sostenía que cada foto extraía una parte de la esencia vital de la persona. En varias culturas, se pensaba que el retrato podía contener parte de la esencia espiritual de quien se había ido. Así, la fotografía postmortem no solo documentaba, sino que también simbolizaba un intento de retener un fragmento del alma del fallecido, ofreciendo consuelo a las familias en su duelo.
La evolución de la práctica
Durante el siglo XIX, con la alta tasa de mortalidad, la fotografía postmortem se convirtió en una herramienta importante para el duelo. Las imágenes solían mostrar a los difuntos en posturas serenas, a menudo rodeados de objetos simbólicos, como flores o relojes, que representaban la fragilidad de la vida.
Con el tiempo, la fotografía postmortem fue perfeccionándose y se convirtió en una forma de arte. En los años 20, el fotógrafo James Van Der Zee capturó retratos de miembros fallecidos de la comunidad afroamericana en Harlem, creando imágenes que celebraban la vida y dignidad de los difuntos.
Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XX, la práctica comenzó a disminuir debido a cambios en las costumbres sociales y al crecimiento de hospitales y funerarias. La muerte pasó a ser un tema más oculto, a diferencia de la visibilidad que tenía en el siglo XIX.
Legado actual
Aunque la fotografía postmortem ya no es tan común, su legado perdura. Las imágenes de seres queridos fallecidos siguen siendo importantes en los rituales de duelo en muchas culturas. La fotografía moderna ha asumido nuevos roles, como en la creación de álbumes para funerales. Sin embargo, la esencia de la fotografía postmortem sigue presente: es un medio para capturar la memoria de aquellos que han partido, asegurando que, aunque físicamente ausentes, permanezcan para siempre en el corazón de sus seres queridos.